Del latín focilis. (Que produce fuego)
Seguro que a Ud., en el cole, le explicaron aquello de que para conocer la distancia a la que se halla una tormenta basta con contar los segundos transcurridos entre rayo y trueno y dividirlos por tres.
Seguro que Ud., como yo, ante la cercanía de un temporal aguarda, cronómetro en mano, el fulgor y el estruendo para erigirse en meteorólogo de andar por casa.
Pero, ¡ay amigo!, tras iluminarse el horizonte, el estrépito no llega. Y es que, amigo mío, eso no es un relámpago ni es ná. Es un fucilazo.