Del latín gazophylacium, y este del griego gazophylakion; de gaza (tesoro) y phylax (guarda).
En el templo de Jerusalén era el lugar donde se recogían las limosnas y las rentas.
Actualmente podemos referirnos con este término al cepillo que se pasa en misa para recoger los donativos o a la alcancía en la que insertamos los cuartos para poder encender una velita a nuestra protectora.
Anda que de conocer este palabro en mi infancia, no le hubiera vacilado yo al padre Primitivo cuando ejercía de monaguillo, ahí, en Ogíjares.